viernes, 11 de diciembre de 2020

DE AYATES Y MARIPOSAS

DE AYATES Y MARIPOSAS

 

 

Ayesha es una mujer mágica que pasea cubierta por una nube de mariposas. A los 19 años su cabello se vuelve blanco y ella se llena de una gran luminosidad. El arcángel Gibreel va a ella para anunciarle la misión de llevar a una procesión islámica hacia la Meca. Ayesha, obediente, los lleva hacia el océano, creyendo todos que van en busca del paraíso. Entonces las aguas marinas se cierran sobre ellos, provocando muchas muertes. Solamente unos cuantos logran salvarse y regresar. Ellos son los encargados de anunciar que la profecía de sobrevivir al océano es cierta. Divulgan el suceso de forma eufórica, anunciando el milagro de Alá.

 Así es como nos cuenta Salman Rushdie el capítulo titulado The parting of the Arabian Sea, y que, de cierta manera, alude a un hecho verídico ocurrido años antes de la publicación de su famosísima y controversial novela Los versos Satánicos. En tal hecho, un grupo Chiíta fue conducido por un fanático fundamentalista hacia el mar, asegurándoles que éste se abriría y encontrarÍan la ciudad Santa. Todos murieron.

 

   Tal pareciera que la religión,  la época o la obra literaria dejan de ser importantes cuando en tiempos de Covid, un ayate cobra más fuerza y, un indígena (que hoy en día luce más parecido a Hernán Cortés), motivado por su morenita, representa la fe desmedida de un pueblo que insiste en rendir tributo al milagro Guadalupano.

 

La obra de Rushdie se vuelve vigente al mirar a miles de Juan Diegos, quienes sin importar pandemias y sin los cuidados mínimos, avanzan despreocupados, acompañados por sus desvelos, sus pies cansados, sus huesos resquebrajados por el frío, montones de basura abandonada a su paso y sobre todo, una esperanza descomunal  en la que la fe les juega la vida. 

 

El mito estimula los hechos, entonces las procesiones se olvidan de los riesgos. La llegada a “La meca” del Tepeyac se torna obsesiva, y entre los miles de adoradores, la convicción de que su creencia detendrá al maligno que hoy en día se viste en forma de virus, la ciega sinrazón de que ser guadalupano representa salvarse del demonio microscópico. Entonces el océano en la Gustavo A. Madero se abre, pero no se cierne sobre los creyentes de inmediato, sino que se posa sobre sus cabezas, esperando quince largos días a mostrar su furia. Y entonces las navidades, la época en la que más se profesan amor, será la época en la que se vierta la sangre de su pueblo, donde el sacrificio se verá recompensado, volviendo más fuerte la postura cristiana de que a aquel cuyo sufrimiento es mayor,  se le premiará con el paraíso. Las víctimas serán los nuevos mártires y, tristemente, los sobrevivientes presumirán el milagro de que unas partículas no hayan penetrado en sus cuerpos. Ellos seguirán predicando el milagro de la morenita, mientras que otros, tal vez los menos creyentes, cerrarán los ojos por última vez, quizás reflexionando en que la fe puede mover montañas, pero que el fanatismo ha cerrado las mareas sobre nuestras cabezas.

 

 

MAURICIO ESTRADA